Crónica de un secuestro
Hasta los confines del invernadero había llegado la noticia de que el café que hacían en el Nido de ratas era muy bueno. Hoy por la mañana, cuando visité el Nido para diligencias laborales y/o de mensajería, pude comprobarlo por mí mismo. Gonzalo Arias, mejor conocido en el bajo mundo de la diagramación con los seudónimos de Gonzadamus, El monstruo de Machala y Galán de cebichería; además de llevar en su prontuario la agresión verbal y física a varios reporteros de este medio, era el responsable de la preparación de la bebida.
Amable lector, para alguien que había renunciado a la esperanza de una taza de café decente durante las horas de oficina (a no ser que fuera al Cyrano), el café del Nido me supo bastante bien. No se diga si se lo compara con esa agua sombría que nos preparan acá, que se encuentra mucho más cerca de ser aceite quemado de motor que cualquier otra cosa. Así que muy alegre bebí sorbo a sorbo mi bebida y regresé contento al Invernadero.
Luego del almuerzo, cuando los vicios del cuerpo se despiertan y sobreviene el antojo de fumar un tabaco y tomar un buen café, me decidí a cumplir este último deseo y me encaminé hacia el Nido con la sensación de estar yendo hacia la Fuente de la eterna juventud. Me acompañaban la Pepa, la Ivo y Sandra 'Machete' Corrales (aunque más tarde descubriría que se trataba de Gioconda Corrales, su gemela satánica).
Me tomé mi taza de café, departí con mis colegas y en el momento en que me preparaba a abandonar el Nido para regresar a mi puesto de trabajo, una fuerza sobrenatural me inmovilizó por completo, al mismo tiempo que una voz me ordenaba: "No te vayas, espérate un ratito para que te lleves una carpeta". Se trataba de la presencia espectral de Gioconda Corrales disfrazada bajo la inocente figura de la Sandrita. Algo superior a mis fuerzas me detenía, estaba pegado a la silla vecina de Gioconda y no podía levantarme. Traté de disimular mi desesperación jugando Space Invaders y como a los cinco minutos, con total decisión, intenté ponerme en pie. Pero de nuevo la mirada fulminante de Gioconda me detuvo y no tuve más remedio que seguir allí por más de 20 interminables minutos en los que, a merced de la infinita maldad de Giocondita, vi mi vida pasar lentamente ante mis ojos.
Quiso el destino que la mentada carpeta no fuera en realidad para nadie del Invernadero, con lo que Gioconda distrajo su vigilancia hacia mí, oportunidad que aproveché para escapar. Crucé la Eloy Alfaro a toda prisa y por primera vez en mucho tiempo divisé con alivio la fachada de nuestro edificio.
Recuperándome todavía del ataque telepático de Gioconda, escribo estas líneas para que los futuros expedicionarios que se aventuren a pisar el territorio del Nido estén al tanto de sus peligros y recuerden que tal como en los cuentos hay siempre un dragón o algún ser maligno custodiando a la princesa, en el Nido está Gioconda acechando a los amantes del buen café.
Fin de la transmisión
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