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Crónicas del invernadero

Otro día 1 - Mucho sol y poco calor humano

Sin máquinas, el Invernadero parecía un sitio fresco y agradable: piso con baldosas símil piedra de cueva neolítica, paredes blancas, un techo muy sofisticado con apariencia industrial y las vituallas muy cerca, a la distancia de un escupitajo (la Marujita comprobó esto último apuntándole al lente izquierdo del Luis Felipe; los reflejos de mi compañero pudieron más). Con máquinas, pese a nuestros temores, la situación no cambió mucho.

Apenas al principio hubo un amago, una pequeña ola de calor, producto quizá de la resolana vespertina y del esfuerzo de la mudanza. Luego, al cambiar de buenas a primeras el insidioso clima quiteño, como es su costumbre, fue más bien el frío lo que predominó. Me vino a la mente el muy pensado posicionamiento de los trabajadores (?) del ex cubil de Matemática: no por casualidad estaba el Orlando en la entrada; lo que él hacía, para nuestra comodidad, era detener el viento con sus cejas. Aquí no hay nadie con tremendas vellosidades superciliares (Traducción: "Aquí no hay nadie con tremendo tuco’e’ceja"). Mucho frío para los correctores, de tibio corazón.

Asimismo, recién llegados nos encegueció por un momento el poder del sol andino. Aquellos de espaldas al ventanal tuvieron que instalar unas improvisadas viseras de computadora para poder ver la pantalla. Según la habilidad del implicado, había viseras que se sostenían por sí solas y otras para las que había que usar la cabeza, literalmente. Para mitigar esta dificultad, nos han avisado que mañana ya habrá un cobertor negro. Los más optimistas calculamos que lo traerán en marzo. Por lo pronto, es mucho sol para los ilustradores, de corazón nebuloso.

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